Por Juan Vela
Ida, la película polaca de Pawel Pawlikowski viene a competir a los Estados Unidos presedida por una serie de premios importantes que la ubican entre las favoritas para ganar el Oscar a mejor film extranjero. Recién hace apenas unos días ganó el premio Goya de España y antes se hizo acreedora de los premios en Londres, el de Toronto y el Sundance, sin mencionar otros más.
Ida es una película en blanco y negro. Es un drama minimalista que cuenta la historia de una joven que debe dejar el convento para visitar a su única familiar con vida, antes de tomar los votos finales y convertirse en monja católica. La madre superiora se lo ordena y le informa brevemente que la tía no pudo venir antes por sus múltiples ocupaciones.
La novicia Ana (aún no sabe su verdadero nombre) deja el convento y va en busca de su tía, pero vaya sopresa, la encuentra ocupada con un parroquiano en casa, fumando y en bata. El hombre es un desconocido que apenas dice unas palabras antes de dejar la cama y marcharse. La tía es una procuradora comunista de la Polonia de 1962 y es además alcohólica.
La tía Wanda Gruz va de frente al grano y le informa a su sobrina que su verdadero nombre es Ida y es judía. Al termino de la Segunda Guerra Mundial alguien la dejó en el convento y desde entonces fueron las hermanas católicas las que se han encargado de ella. Ida entonces quiere conocer donde están enterrados sus padres. La tía que no ha tenido en valor hasta entonces de enfrentar la verdad, decide acompañar a su sobrina previniéndole que en ese lugar no existe el Dios en el que ella cree.
No les contaré la trama completa con el afán de motivarlos a que vean la película. Lo que sí deseo contarles es algunas apreciaciones que me dejó el trabajo de Pawlikowski. Para mí el blanco y negro es un reto y los realizadores del film han logrado dar con el tono exacto que buscaban. Si vamos a ver algo que nos refiera a una historia de fe, no hay más que dos colores: el blanco que puede significar lo bueno y el negro que puede asociarse a lo malo. (Una digresión. En ocasión que Francis Ford Coppola hizo ‘Tetro’, el director estadounidense contaba que se dejó de filmar en blanco y negro por exigencia de un ‘genio’ de la televisión comercial que no deseaba que su canal se asociará a falta de adelanto o algo que se entendiera como tal. Ford Coppola decía entonces que el b/n en el cine tenía que retomarse y empezar a producirse más películas en ese formato).
Pawel Pawlikowski dice que el film armado y exhibido como la vemos en pantalla parece sencilla, pero agrega que la historia nace del caos. Precisa el cineasta que en primer lugar tenía a una monja joven que debía lidiar con su fe antes de tomar sus votos definitivos y por otro lado quería entender la historia de una mujer que exhibiendo una cara buena por fuera en el fondo esconde a otra mucho más terrible. Cuenta que durante algún tiempo de su vida iba a tomar café con una compatriota en Londres, pero que después de algunos años supo por las noticias de la BBC que el gobierno polaco estaba pidiendo su extradición por una serie de actos atroces que la mujer había cometido. Darle la vuelta a todo esto y armar la historia que nos presenta, tomo un tiempo y que gracias al trabajo compartido con el guionista se fue articulando mejor, refiere el director.
Polonia cambió mucho y yo deseaba contar algo de la Polonia de mi pasado, por eso decidimos ambientar la película en 1962. Para situar mejor el drama viajamos mucho hasta que encontramos una localidad alejada que habia sido abandonada por las autoridades y se mantenía como en el pasado. Además quería que hubiera mucho de la música que escuchaba en mi juventud y opté por la banda de jazz que aparece en el film, comenta el director.
Les decía que la historia es minimalista porque sólo se circunscribe a Ida y a su tía. Los diálogos son breves y muy informativos que nos permiten saber hacía donde vamos con el film.
‘Un día jugando con los encuadres, decidimos dejar un espacio arriba y por eso se ve ese tipo de fotografia que vemos en el film con mucho techo, señala el director. Dar con la actriz principal fue un golpe de suerte. Para el papel se hizo un casting con alrededor de 500 actrices y ninguna nos convenció, hasta que un día un miembro del equipo llamó desde un café para decir que tenía a la joven que podía ser la protagonista. Nunca había actuado, pero cuando se hicieron las pruebas, Agata Trzebuchowska convenció’. Todo el conflicto se ve reflejado en los ojos por encima del rostro. Para dar un ejemplo, cuando la joven monja observa como sus compañeras de convento se bañan, ella ve la sensualidad que se esconde y se diluye a través de sus batas transparentes.
La sensualidad del film es también minimalista, lo vemos cuando Ida decide enfrentar su vida mundana vistiendo la ropa y los zapatos de taco de la tía, ella se envuelve en la cortina de la ventana y al cortorsionarse la vemos entrando en un mundo distinto y muy sugestivo.
Ida pese a mostrar una personalidad ingenua, tiene una gran fuerza. Algunos han señalado que el ritmo de la película es el ritmo que le pone la personaje principal. Si uno pone atención, Ida fuerza a la tía a ir con ella al pueblo para enfrentar a esos católicos polacos que durante la época de ocupación nazi se han aliado con el enemigo y han decidido matar a los judios de la zona para quedarse con sus propiedades. La tía lo sabe, pero hasta antes de la aparición de Ida no ha movido un dedo. Ha sido sí muy sanguinaria con quienes lidió en la corte de Justicia y ha tomado decisiones extremas pidiendo penas capitales contra los que entonces se llamaban ‘malos camaradas’, pero no ha sido capaz de enfrentar a quienes le quitaron lo suyo por temor a enfrentar la verdad de su propio hijo muerto, tema del que se siente muy culpable. La culpa del abandono hace que ella tenga una vida sin sentido y el único refugio o remedio que encuentra es el del alcohol.
La película ofrece una lección de composición dramatica, por ratos se parece a un documental. La historia pareciera terminar cuando descubren los esqueletos enterrados de sus seres queridos, pero vamos más allá, porque lo que importa es saber que pasa con la fe de la novicia movida por todo lo que ahora sabe. En ese torbellino de novedades, Ida decide hacerse mujer y deja fluir su sensualidad. Cuando la descubre, esta convencida del próximo paso a dar. Alguien en la audiencia le dijo al director polaco, un poco en broma: “quizás el amante no era tan bueno que no convenció a la joven del camino a tomar”. Pawlikowski no desestimó la idea, total, en arte, las puertas de las interpretaciones siempre están abiertas.
Y me ha encantado saber que el director hizo su trabajo basándose en cincuenta ideas y que fue reescribiendo el guión casi a la par que iba filmando. Eso sí, siempre filmó en el orden real que vemos la película, como para ir ordenándose en el desarrollo del mismo.